Es tan difícil creer que sólo el viento deslumbra una mirada. Que el sol estremece todas las calles del pueblo que nunca nace a la primera sombra de la luz.
Me miro caminar descalzo, con los perros estirando su flojera, las casas con huecos en el telar de arriba.
Algunos niños despertaron antes del amanecer para mirar cómo sus padres tejen besos, para después caerle con los puños a una vida que aprieta la garganta. Fui niño. Un día amanecí en el piso junto con otros niños muertos. La noche se encarga de barrer nuestro pasado.
Los pueblos son extrañables cuando después del alba comienzan los saludos ... ¡Buenos días, muerte! ... ¿Juntaste los últimos adioses de este purgatorio?
Un lugar fantasma, una vida llena de infiernos, una callejuela a lo oscuro de la luz.
Las estatuas de marfil,
una, dos y tres así,
el que se muera
o el que se ría
baila un minuto de aserrín,
de aserrán,
de los maderos que te caerán,
de las piedras que te cubrirán,
de la lluvia que te abandonará.
El día ha caído con una mortaja en la cabeza
Gustavo Barrabás Buitrón Zárate
domingo, mayo 30, 2004
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